de Facundo J. Barrionuevo
Al inicio de Atolondrado, donde transcurre una cotidiana escena familiar, la imagen se prende fuego, se “quema”. Así le llaman los cineastas y fotógrafos al hecho de la sobreexposición a la luz del material sensible, rompiendo la imagen y dejando espacios completamente en blanco. Por lo general se trata de un error técnico que debe ser corregido iluminando mejor la escena o equilibrando la sensibilidad lumínica de la cámara. Pero aquí no parece tratarse de un error, más bien se convierte en un acierto; sí, tal vez, es un descuido del director, pero un acierto al fin. Esta imagen quemada continúa apareciendo en varios planos. Este blanco radiante comienza a generar algún clima.
La historia parece progresar, la persona simple y humilde que vemos empieza a ser más interesante. Se nos cuenta que escribe, parece que tiene dos familias, se nos muestra que tiene un emprendimiento original, una editorial que fabrica libros cuya materia prima la suministran los cartoneros de Buenos Aires, y pronto su vida es más atractiva, colorida y compleja. Sin embargo el blanco persiste. Primero como prueba de lo cotidiano, lo quemado como descuido de una puesta en escena no preparada. Pero finalmente el blanco se adueña de toda la pantalla hasta estallar y transformarse en materia real, ya no es sólo un quemado, sino que queda esparcido en todo el lugar en forma de nieve, en el viaje de nuestro protagonista hacia Holanda.
Se trata en realidad de momentos de la vida del poeta y escritor Washington Cucurto yendo a recibir el Premio Príncipe Claus por su emprendimiento editorial Eloísa Cartonera.
Allí la elipsis es traumática, como el hueso y la nave en 2001, vemos a nuestro poeta atolondrado teletransportarse hacia algo más careta que la entrega de los Oscar. Esta vez, con una imagen más cuidada, más profesional, ya que se trata de archivos de la televisión holandesa. Una imagen sin quemaduras, más fría. Cucurto está atrapado en un traje que le queda chico, encorsetado, acartonado. Pero todo empieza a ser más cálido como al inicio gracias a la poesía de Cucurto, y su “...mi padre ha vuelto a la bebida”. Nos preguntamos entonces, qué estará pensando esta gente ¿Lo estarán escuchando, lo estarán entendiendo? ¿Alguno entiende español? ¿Quién escucha a Washington Cucurto? ¿Quién se prende fuego con la sensibilidad de Atolondrado?
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