“Idee en todo momento, idee siempre” es uno De los veinte consejos que da el Sensei Funakoshi a quien practica karate. Son principios que sirven para todo, incluso para escribir, dice Fabián.
Daisetz T. Suzuki fue uno de los grandes difusores del zen en Occidente. En un libro genial ( El zen y la cultura japonesa ) cuenta la historia de Bokuden, un samurái que practicaba el arte de la no espada. ¿Qué es el arte de la no espada? Para definirlo, Suzuki narra esta historia que yo voy a abreviar. En un bote, cruzando un inmenso lago, iban varios pasajeros y entre ellos dos samuráis, los cuales se reconocían mutuamente por las largas espadas que llevaban. Uno era Bokuden, el otro era un samurái –para decirlo de alguna manera– medio fanfa. Rápidamente el samurái fanfa lo retó a pelear a Bokuden para demostrar quién de los dos era mejor en su arte. Pero Bokuden le dijo que no podía pelear porque practicaba el arte de la no espada. El samurái fanfa se enloqueció pensando que le estaba tomando el pelo delante de los demás pasajeros y redobló su deseo de pelear. Al final Bokuden accedió y le dijo al barquero que se acercara a la costa con el bote. Cuando ya estaban a unos pasos de la arena –con los pasajeros tensos ante la inminente pelea de los dos samuráis– Bokuden invitó al samurái fanfa a que bajara a la playa, cosa que este hizo saltando aparatosamente del barco y sacando a la vez su inmensa espada. Bokuden ni se inmutó y, sin bajar del barco, le pidió el remo al barquero, lo apoyó contra la arena y empujó de nuevo el barco hacia el centro del lago, con gran precisión y fuerza. El samurái fanfa se quedó de piedra, viendo cómo la embarcación con su rival y los pasajeros se alejaban. “Este es el arte de la no espada”, le gritó Bokuden.
Hace unas semanas la legislatura porteña declaró Personalidad destacada del Deporte de la Ciudad al Sensei Mitsuo Inowe. Inowe, desde los años setenta viene practicando en nuestro país el arte de la no espada, es decir, el Karate do. Cuando él llegó de Japón era poco lo que se conocía de este arte marcial en nuestro país. E Inowe lo recorrió de punta a punta formando maestros que hoy lo han ramificado. Yo pertenezco a la rama de los karatecas outlet, pero tengo la suerte de practicarlo en el dojo con Sensei Inowe. Supongo que son múltiples los motivos por los cuales uno va a hacer karate. Algunos, porque creen que pueden sentirse más seguros, otros, para adquirir cierta disciplina o –quizá, los hay de todas las clases– para imitar los golpes y los saltos de Neo en alguna de las Matrix , como el samurái fanfa. En el libro citado de Suzuki, este dice que “Cuando se les escapa la gallina o un perro, saben que deben ir a buscarlo, pero cuando dejan ir la mente no saben que también deben buscarla”. Yo fui a karate para que mi mente no se me escape, para no estar pensando constantemente en una larga vida y terminar en la ignominia, para parar el diálogo interno y lograr ser humilde, aprender un nuevo idioma, empobrecerme y habituarme a estar en estado de eterno principiante. El cinturón negro es una convención del karate actual. Antes, el cinturón se ponía negro de tanto usarlo, pero debajo de esa oscuridad trabajosa, estaba el blanco, lo que significa pureza y principio. Una vez Sensei Inowe paró una clase porque una karateca estaba practicando con cara de dolor, impostando la fiereza. El le dijo: “Por qué hace karate así. El karate es alegría, uno tiene que estar contento cuando lo hace”. Creo que uno identifica a un maestro apenas lo ve, es algo que se aprende de manera intuitiva y no racional. Creo que lo más difícil para llegar a convertirse en maestro es lograr cierta liquidez alquímica que haga que el maestro –con la velocidad que cambia la luz de giro– se convierta en alumno y de nuevo en maestro, según la ocasión lo requiera. En estos términos, Mitsuo Inowe es un gran maestro.
Cuando estoy corriendo en el dojo, en el momento previo a tomar la clase, siento la seguridad de estar en el lugar indicado, haciendo lo correcto para mi espíritu. A lo largo de mi vida, muchas veces, estuve perdiendo el tiempo. Tomando opciones que no me interesaban y hablando y sosteniendo cosas en las que no creía. Cuando hago karate, cuando sólo pienso en los movimientos que se requieren para un kata, o en cómo dejar llevar la respiración acompañando el golpe, siento que, como escribió T. S. Eliot, el tiempo pasado y el tiempo presente, tal vez ambos estén en el tiempo futuro. Pero, como hago karate, el futuro no me importa.
El Sensei Gichin Funakoshi fue el que unificó los golpes y katas del karate do. Era poeta. Escribió este poema: “En las islas del mar del sur/es transmitido un exquisito arte./ Este es el karate/ Para mi gran pesar/el arte ha declinado/ y su transmisión es dudosa. ¿Quién podrá emprender la/ monumental tarea de restauración/ y renacimiento?/Yo debo encargarme de esta tarea./¿Quién podrá si yo no lo hiciera?/Lo prometo solemnemente al cielo azul”.
Cuando uno empieza a practicar y a rendir cinturones, el dojo le entrega una libreta bordó que tiene los 20 consejos para el practicante de Sensei Funakoshi. Estos consejos poseen la particularidad de servir para todo. Por ejemplo, para escribir. Tomemos el número seis: “El desarrollo espiritual es supremo, las habilidades técnicas son meramente medios para llegar al fin”. O el siete: “El infortunio nace de la pereza”. O el nueve: “El karate es un entrenamiento de toda la vida”. Y el genial número veinte, sobre todo porque me es difícil definir con exactitud qué quiere decir: “Idee en todo momento, idee siempre”. Este consejo final va y viene en mi cabeza. Nunca termina de definirse, es como un sueño que no logra ser interpretado del todo pero que produce sensaciones concretas para la vida cotidiana. Idee en todo momento, idee siempre. Los grandes karatecas, o los grandes escritores, son los que se reconocen como un canal a través del cual algo habla en ellos. Cuando uno los lee o los ve practicar, sabe que a través de ellos se expresa el genio de la especie, pero que ese genio no les pertenece, con lo cual, no hay por qué vanagloriarse de nada. Su única habilidad es estar disponible para ser un instrumento del espiritu que, como sabemos, sopla donde quiere.
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